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Vanessa Hidary

En su poema característico “Hebrew Mamita” (Mamita hebrea), Vanessa Hidary trata los estereotipos antisemitas en su estilo directo y serio. En este trabajo, habla sobre el antisemitismo de los insultos como halagos y las sutiles formas en las que la opresión puede sacarlo a uno de quicio.

La transcripción completa

VANESSA HIDARY: Soy la Mamita hebrea, la hija perdida de Abraham y Sarah, la sexy "oy vey", como Matzah, tengo Chutzpah, no soy regatera, ni conspiradora, estoy siempre cuestionando, escucho hip-hop, leo la Tora, amo a todas las personas, soy una chica orgullosa de ser judía.

ALEISA FISHMAN: Esa es la artista que interpreta poemas, Vanessa Hidary, interpretando su poema característico “Hebrew Mamita“. Como la mayoría de su trabajo, “Hebrew Mamita” trata los estereotipos en el estilo directo y serio de Hidary. En este trabajo, habla sobre la forma de antisemitismo de los insultos como halagos y las sutiles formas en las que la opresión puede sacarlo a uno de quicio.

Bienvenido a Voces sobre el antisemitismo, una serie de podcasts del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos, que es posible gracias al generoso apoyo de la Fundación Oliver y Elizabeth Stanton. Soy Aleisa Fishman. Cada mes, tenemos un invitado que reflexiona sobre las muchas maneras en que el antisemitismo y el odio influencian nuestro mundo en la actualidad. Desde su hogar en la ciudad de Nueva York, presentamos a Vanessa Hidary.

VANESSA HIDARY: Hubo un tiempo en el que pensaba que —por más que mi familia siempre me crió para que me sienta orgullosa de ser judía— pasé por una etapa en la que pensaba de manera muy simple y adolescente que ser judío no era cool. Debido a que pasé mucho tiempo en diferentes comunidades, cuando salía el tema de que era judía, la gente constantemente se sorprendía y me halagaba. Decían cosas como “Eres judía, ah, bueno, realmente no actúas como si lo fueras, eres diferentes, en serio... no eres realmente judía judía”. O, “Ah, no pareces judía; eres muy linda”. Y me di cuenta de que, durante mucho tiempo, tuve este sentimiento de —ya sea que lo admita o no, ahora sí puedo admitirlo— tenía un sentimiento de logro, como si hubiera ganado algo. Como si dijera: “Es verdad, no me tocó el aspecto no atractivo de chica judía con la nariz grande”. Y “Ah, no soy ese tipo de judía avara y tacaña”. Así que había incorporado esos estereotipos. No pensaba, a diario, que era lo suficientemente fuerte mi manera de ver a los judíos de esa forma. Pero al tomarlo como un halago, de alguna forma lo hacía. Y ”Hebrew Mamita”, algo así como mi poema característico, surgió de eso y de darme cuenta de que había dado por sentado que podía vivir en un país y estar en un lugar donde podía ser libre y ser judía sin tener que defenderlo y sin tener que estar insegura por ello. Y, para mí, eso fue una gran relevación.

Bueno, este es mi trabajo llamado “Hebrew Mamita” (Mamita hebrea):

Conozco a un tipo lindo en un bar. Me invita a cenar para el martes siguiente. Le digo que no puedo. “El martes es Yom Kippur” y voy a estar ayunando. “¿Eres judía? Guau, no pareces judía. No actúas como judía”. Y lo dice con ese tono como si me estuviera halagando. Y yo digo... y yo digo... nada. No digo nada, que sumado a una sonrisa de coqueteo se traduce como “gracias“. No digo nada porque estoy ebria con cócteles de negación. No digo nada porque tengo frente a mí a alguien drogado con antisemitismo. No digo nada porque en algún momento en la historia de mi vida, alguien me hizo creer que ser judío no es muy cool, no es muy sexy. No digo nada porque estoy en un sueño profundo, como una Blancanieves en coma, predestinada a encontrar en cinco años a mi príncipe en la forma de una piedra de Jerusalén, llamada Muro de los Lamentos. Con los labios contra el granito frío, coloco pedacitos doblados de papel con oraciones escritas para los muertos en un hueco. En un hueco en el muro al lado de una mujer con números de un campo de concentración tatuados en el antebrazo. Rodeada de fervientes rezos y cuerpos que se mueven, estoy mucho más despierta de lo que jamás pensé que sería posible. De pronto recuerdo el Éxodo de los israelitas y camino descalza desde el Muro en el desierto hasta el bar y busco al tipo de las botas. Ya no está, pero tengo algo para decirle. Ya no está, pero tengo una respuesta a su comentario. Ya no está, pero creo un escenario y vuelvo a actuar la escena. “Camarero, dígame que no parezco judía. Dígame que no actúo como judía”. Porque pienso y me pregunto: ¿Qué es parecer judío? ¿Debería tocar el violín en un maldito tejado? ¿Debería hacerte reír diciendo “oy vey” y negarme a pagar? Ah, claro, ustedes saben cómo nos gusta regatear. ¿Regatear?, a mí me gustaría noquearte. Porque llegué aquí caminando muchos kilómetros sobre arenas calientes para arrepentirme públicamente de mis pecados. Porque casi me olvido de que seis millones murieron sin tener la posibilidad de reírse en una banqueta de bar. Casi me olvido de que los sobrevivientes de los campos de concentración ahora son una generación que está desapareciendo y que mis niños tal vez nunca tengan la sensación de verlos en persona. Y si me ves como una judía chupasangre, veme como un molesto mosquito que te muerde y te chupa el prejuicio de tus entrañas. No te confundas, porque vives en Nueva York donde puedes comprar un knish en puestos por $1,50. Solo representamos el 2,2 % de la población norteamericana. Verán, muchas personas de otras partes del país no entenderán lo que digo. No estoy intentando competir en un concurso de opresión. Solo siento la necesidad de mencionar la miserable tensión que siento en el corazón cuando las personas dicen cosas como “Los negros y los judíos no se llevan bien”. Solo siento la necesidad de decir que no puedo ser la única excepción a la regla, solo la única en este momento que está usando su poesía como una herramienta para tal vez cambiar solamente un corazón esta noche. Porque soy la Mamita hebrea, la hija perdida de Abraham y Sarah, la sexy “oy vey”, como Matzah, tengo Chutzpah, no soy regatera, ni conspiradora, estoy siempre cuestionando, escucho hip-hop, leo la Tora, amo a todas las personas, soy una chica orgullosa de ser judía. Reconfortando a todas las personas que se sienten un poco ofendidas porque alguien les dice que no parecen o no actúan como su pueblo. Imposible. Porque ustedes son su pueblo. Simplemente díganle que no ven. Punto.

Lo interpreté en muchas comunidades. Así que una de las cosas más importantes es interpretar estos trabajos —este y otros que tengo— fuera de la comunidad judía, y realmente me preocupo de hacerlo. Me dirijo a las diferentes razas, los diferentes vecindarios y hago mi arte, porque creo que el contar esas historias, por más que sea por un breve momento, une a la gente. Y es una gran forma de alentar a las personas a hablar sobre los estereotipos y que se logre una conversación abierta. Y creo que el simple hecho de que alguien en la habitación haga eso es un acto político en sí mismo.

Solo soy una persona. No estoy intentando cambiar todo el mundo. Pero sí creo que se puede hacer una diferencia. Y hace que las personas piensen diferente sobre lo que dicen delante de otras personas. Y si puedo hacer que al menos algunas personas vean las cosas de otra forma, y que tal vez no juzguen a alguien y digan algo, siento que cumplí mi propósito.

ALEISA FISHMAN: Voces sobre el antisemitismo es una serie de podcasts del Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos. Escúchenos todos los meses para obtener una nueva perspectiva sobre la constante amenaza del antisemitismo en nuestro mundo actual. Agradeceremos sus comentarios sobre esta serie. Visite nuestro sitio web: www.ushmm.org.