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Detrás de cada nombre, una historia es un proyecto del Centro de Recursos para Sobrevivientes y Víctimas del Holocausto (Holocaust Survivors and Victims Resource Center) del Museo. El proyecto web consiste en ensayos que describen las experiencias de sobrevivientes durante el Holocausto.

La historia de Miriam: Introducción

Un día, un hombre con una cámara se acercó a mi madre y le dijo: “Si me da pan, les tomaré una fotografía a todos” (además de la leche de la mañana, cada familia recibía una hogaza de pan). Mi madre le respondió que le daría su porción, la de su marido y también la de los niños más grandes, pero no la porción de los más pequeños. El hombre accedió y mi madre le dio más de la mitad de una hogaza. El hombre nos tomó la fotografía y la trajo luego de unos días. Mi madre nos llamó a mi hermano y a mí, y nos dijo: “Enterraremos esta fotografía. Quien vuelva primero la desenterrará” (ella ya pensaba que quizás no sobreviviríamos). Puso la fotografía envuelta en papel dentro de una caja de lata y la enterró. Cabe mencionar otra cosa: mi madre siempre insistía en que no debíamos decir cuántos niños éramos, por miedo a que perdiéramos la vida o quizás debido a su educación religiosa (las historias de los hijos de Jacobo en Egipto). Era un secreto que no debíamos revelar. Solo después de unos años de casada se lo conté a mi esposo y recién entonces le mostré la fotografía (hace unos años, logramos reconstruir la fotografía dañada gracias a los avances de la tecnología electrónica de fotoanálisis).

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Esa es la historia de esta fotografía.

Miriam fue la primera que regresó y quien recuperó la fotografía. Es el único retrato de su familia que sobrevivió. Miriam envió una copia al Registro de Sobrevivientes, junto con su formulario de registro. Lea los fragmentos del testimonio que dio Miriam en 2003, y explore los mapas y las fotografías de esta página para examinar la historia detrás de los rostros que aparecen en el retrato de familia.

Miriam (Rot) Eshel nació y creció en Irshava, al este de Munkacs, en Checoslovaquia. En sus propias palabras:

Nací en el verano de 1930. Fui la primera hija mujer y la segunda de todos mis hermanos. Vivíamos en el pueblo de Irshava, alrededor de 30 kilómetros al este de Munkacs en los Montes Cárpatos, que en aquel momento era Checoslovaquia. En aquella época, el país disfrutaba del gobierno democrático liberal de su fundador y primer presidente: Tomas Masaryk. Los judíos gozaban de derechos civiles plenos e igualitarios. Asistía a una escuela primaria donde me trataban como a todos los otros niños, justa y amablemente. En la década de los treinta, nuestra familia creció y éramos nueve niños. Cuando mis hermanos menores alcanzaron la edad escolar, ellos también fueron a la escuela por la mañana y al Jéder por la tarde.

Éramos una familia estrictamente ortodoxa, en lo mejor de la tradición judía. Sobre la cabeza afeitada, mi madre usaba una peluca. Mi padre usaba barba, y el Sabbat daba una charla sobre temas del Talmud semanalmente en la sinagoga. Él tenía una tienda minorista que vendía principalmente artículos del hogar. En definitiva, teníamos una vida modesta, pero agradable y tranquila. Crecimos en una familia judía afectuosa y cálida. Esa situación terminó abruptamente cuando a fines de 1940 o principios de 1941 llegaron a nuestra área los fascistas húngaros, que colaboraban con el régimen alemán nazi. Desde ese momento, la vida de los judíos cambió radicalmente. Se nos prohibió realizar actividades comerciales; nos confiscaron los negocios; y a mi padre le costaba cada vez más esfuerzo mantener a la familia. Asistir al colegio se convirtió en una experiencia terrible; los niños judíos éramos avergonzados y discriminados. La situación iba de mal en peor, pero, al menos, todavía vivíamos juntos como una familia.

En 1944, Miriam y su familia debieron abandonar Irshava e instalarse en el ghetto de Munkacs.

… luego nos llevaron al ghetto, a Munkacs, donde permanecimos durante otras 4 a 5 semanas, en un edificio que era una vieja fábrica de ladrillos. A mi abuelo, de 85 años, le afeitaron la mitad de la barba y él tenía que andar así. Cada mañana, mi padre tenía que ir a conseguir nuestra ración de leche, que era diluida con agua. Esa era la bebida de la mañana. Llevaba un jarro enorme para traer leche. Un día, tardó más de lo acostumbrado. Mi madre estaba muy preocupada. Le dije a mi madre que iría a ver qué lo demoraba. Vi que los alemanes habían puesto los jarros sobre las cabezas de los judíos como sombrero y los hacían caminar así por el campo: algunos tropezaban y se caían; algunos tenían heridas. Regresaron a casa medio muertos. Desde ese momento, le dije a mi madre: “Papá no irá más; iré yo”. Sin embargo, debido a que yo no era lo suficientemente fuerte para llevar el jarro, y además tenía miedo de que me hicieran lo mismo que le hicieron a mi padre, traía la leche en tazones individuales pequeños. Como éramos 9 niños, además de mi padre y mi madre, tenía que ir cinco veces para traer la leche.

De Munkacs los deportaron a Auschwitz, donde separaron a Miriam del resto de su familia.

Un día, nos juntaron y nos subieron a un tren en vagones de ganado, con ventanas diminutas. No había mucho aire. Algunos de los hombres mayores rezaban en voz alta y pedían piedad a Dios.

Llegamos a Auschwitz el día antes del Shavuot. Yo llevaba a mi hermanita, y mi madre llevaba a mi otra hermana que había estado enferma y aún estaba muy débil. Cuando nos bajamos del tren, llegamos a la encrucijada donde… [el hombre de las SS] estaba de pie allí, como un director de orquesta con una batuta. Me hizo señas para que soltara a mi hermanita. Cuando vio eso, mi madre soltó a mi otra hermana y tomó a la pequeña (que todavía no sabía caminar). A algunos nos enviaban a la derecha y a otros, a la izquierda… Creo que yo fui a la derecha y ellos, a la izquierda. Mi madre comenzó a gritar: “Mirale mía, ven conmigo, ven conmigo”. Pero los hombres de las SS me empujaban hacia adelante con la culata de las armas.

Comencé a llorar y a gritar que quería a mi madre, pero por supuesto, eso no ayudó. Creo que era a principios de mayo de 1944. Yo tenía 13 años y medio. Cuando llegamos a una gran barraca, nos ordenaron que nos desvistiéramos completamente. Nos desvestimos. Se llevaron las joyas. Yo tenía un par de aros de oro que como se me caían constantemente, mi madre le había pedido al joyero que los soldara. Debido a que no podían sacármelos, para hacerlo me cortaron los lóbulos de las orejas. También se llevaron un anillo de oro que me habían regalado para mi Bat Mitsvá, y una cadena. Eso no me importaba. Yo quería a mi madre; eso era lo que me importaba. …

Después de una o dos horas, nos llevaron a la barraca “A”. Eran barracas con estantes enormes, donde dormíamos. Compartíamos los estantes entre cuatro o cinco personas. Eran estantes tan grandes como una cama. No hacíamos mucho, excepto permanecer de pie para los recuentos que duraban horas, mientras nos contaban una y otra vez. Recibíamos una porción de sopa por día y teníamos tanta hambre que la esperábamos con ansias. Hasta que un día vi un dedo humano en la sopa y desde ese momento no pude tomarla más. Era un problema, porque yo quería vivir. Cada vez que me daban sopa, tomaba un trago y lo vomitaba, tomaba y vomitaba. Y bebía mucha agua: eso sí teníamos.

Estuvimos allí hasta julio.

Después enviaron a Miriam a un campo de trabajo cerca de Stutthof.

En julio, nos transportaron en camiones a Stutthof. Era verano. Fue muy difícil. Nos vestían con pieles, botas, sombreros y guantes, y debíamos correr durante horas en el campo…Había un hombre de las SS, bajo, bizco y cruel, que nos castigaba con severidad. Cuando llegaron los días más fríos, las muchachas nos poníamos una manta como capa adicional debajo de los vestidos finos. Esto no le gustaba al guardia, porque decía que con el peso adicional excavábamos menos. Por eso nos controlaba, nos levantaba el vestido y nos pegaba fuerte si encontraba una manta. Si notábamos que se aproximaba, nos avisábamos unas a otras diciendo: “El ojo, el ojo”. Con suerte, nos quitábamos la manta y la escondíamos en la nieve; pero generalmente nos descubría. A los golpes los recibíamos sobre la piel, porque no teníamos ropa interior.

Se hacían selecciones casi regularmente una vez por semana y deportaban a las que no eran aptas para trabajar.

Esto continuó así hasta dos meses antes de la liberación en la primavera de 1945. Era invierno. Nuestras condiciones de vida eran horribles, porque estábamos en la nieve o en el agua. Se nos congelaban las piernas.

No teníamos novedades del frente.

Desde Stutthof, forzaron a Miriam a una marcha de la muerte.

Un día, en el momento de pasar lista, nos ordenaron que comenzáramos a marchar. Fue el comienzo de la marcha de la muerte. Del campo salieron unas 1000 mujeres. Solo 100 sobrevivieron. Nos vigilaban a todas: si una se detenía, la mataban inmediatamente. Yo intentaba caminar al frente, porque atrás se recibía el peor trato. Caminamos desde la mañana temprano hasta tarde en la noche. Pasamos junto a pueblos y aldeas. Intentaron no cruzar áreas pobladas. En el camino, los alemanes a veces nos tiraban pan desde las ventanas. Las mujeres se peleaban para atraparlo. Las SS disparaban al grupo que peleaba por el pan y mataron a algunas. A veces, veíamos cómo las mujeres de los pueblos juntaban papas y otros alimentos para los cerdos: las atacábamos y les robábamos la comida… y las SS nos disparaban. Decidí no participar más en esas peleas. Lo que me salvó fueron unos trocitos de remolacha azucarera que crecían en los campos que cruzamos. Además había mucha agua de la nieve. ¡Yo pesaba 30 kilogramos!

La marcha terminó a fines de abril o principios de mayo de 1945.

Finalmente, el ejército ruso liberó a Miriam.

Un día, me sentí afiebrada y tenía diarrea. Dos amigas y yo decidimos no ir al próximo recuento. Sabíamos que el castigo era morir fusiladas. Dos de nosotras estábamos enfermas; la otra estaba sana. Nos abrazamos y decidimos no salir. Escuchamos el silbido que nos ordenaba salir y los gritos de “Raus, raus”. Teníamos pánico; esperábamos el final. De repente, hubo silencio. No vinieron a buscarnos. Parece que los rusos se aproximaban y los nazis no tuvieron tiempo de venir a buscarnos. Para entonces, ya estábamos en el área de Bamberg, en la parte este de Alemania.

Llegaron los rusos. Algunos se comportaron como animales, pero no voy a referirme a eso ahora. Un soldado ruso, que era obviamente judío, nos preguntó si nosotras éramos judías. Nos dio comida y nos dijo que nos fuéramos. No teníamos ropa, así que nos dieron uniformes, los cuales eran demasiado grandes, pero nos arreglamos atando algunas partes. Y, así partimos. Si la guerra avanzaba en una dirección, nosotras tomábamos la dirección opuesta… sin saber adónde.

De una familia de once miembros, solo sobrevivieron Miriam y su hermano menor, Baruch. Pero esta terrible historia no terminó con la liberación.

La historia de Miriam: Después del Holocausto

De una familia de once miembros, solo sobrevivieron Miriam y su hermano menor, Baruch. Su terrible historia no terminó con la liberación. Lea los fragmentos del testimonio que dio Miriam en 2003, donde describe sus vivencias después de la liberación. Explore los mapas y las fotografías que ilustran los hechos de esa época.

Después del Holocausto, Miriam y su hermano querían irse de Europa. En palabras de Miriam:

Quienes tenían dinero compraban certificados para ingresar a los Estados Unidos, Inglaterra o Eretz Israel (Tierra de Israel). Pero nosotros no teníamos dinero, así que fuimos a la escuela y aprendimos todo lo que pudimos. Un día, le dije a mi hermano que había decidido ir al Comité para la Distribución Conjunta, a fin de informarme sobre nuestra situación. No quería vivir así indefinidamente. Quería seguir con mi propia vida. Me dijeron que podían transferirnos a Francia. Allí, había un grupo de adultos que se estaban organizando para ir a Israel. Debido a que éramos muy jóvenes, debíamos decidir nosotros si unirnos a ellos. El Comité nos ayudaría. Dijimos: “Queremos ir a Eretz Israel a cualquier precio”. Al amparo de la noche, nos ayudaron a cruzar la frontera entre Alemania y Francia, ilegalmente, por supuesto. Nos alojaron en una casa aislada en un bosque, cerca de Cap d'Aix, en la Riviera francesa, entre Niza y Montecarlo.

Ya no pasábamos hambre. Hacía un tiempo que no pasábamos hambre. Teníamos suficiente comida: pan, arenque, sopa, carne. Teníamos mejor aspecto. Había algunas familias que querían adoptarme a mí, pero no a mi hermano. Me negué. Les dije que me iba a Israel. Seguimos en ese lugar varios meses, pero nada cambió. Hablé con la persona responsable, y le dije que éramos jóvenes y queríamos ir a Israel. No era nuestra culpa que los certificados para los adultos se demoraran tanto. Éramos jóvenes y estábamos ansiosos por irnos. Nos dijeron que no podían llevarnos a Israel todavía, pero que nos enviarían a unirnos a un grupo de París, que estaba preparándose para ir a Israel como miembros del movimiento Betar… Estuvimos allí varios meses y nos prometieron que esa sería la última escala antes de llegar a Palestina.

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Miriam describe el viaje por mar hacia Haifa y su traslado a Chipre.

Desde allí, nos llevaron a una ciudad llamada Trets, a unos de 50 kilómetros de Marsella, donde nos quedamos un tiempo, esperando la oportunidad de zarpar hacia Israel. Desde allí era posible conseguir llegar al puerto durante la noche. Nos esperaba un velero con motor. Zarpamos en ese barco, llamado “LA NEGEV” en enero de 1947, apretujados, pues no había mucho espacio para todos nosotros. Tardamos 21 días en navegar desde Marsella hasta Palestina. Todo el tiempo, teníamos que vaciar el agua que entraba al barco. El motor hizo un ruido feo todo el camino y la comida era escasa: teníamos galletas y agua de barriles oxidados. Vomitábamos todo el tiempo.

Después de 21 días, llegamos al puerto de Haifa. Sabíamos que habíamos llegado al puerto porque había reflectores enormes en la playa. De repente, iluminaron nuestro barco. En tres minutos, estábamos rodeados por tres acorazados y soldados británicos… Nos trasladaron a uno de los acorazados. ¿Qué hicieron? ¡Nos llevaron a Chipre! Al menos, no era un campo de tortura. Nos dieron comida, había duchas al aire libre y quien quería estudiar podía hacerlo. Había muchos grupos organizados. Yo estudié hebreo… Nos quedamos en Chipre desde febrero hasta agosto de 1947. Luego, a los más jóvenes (de hasta 17 años) se les permitió ingresar a Palestina sin certificados, como miembros de la Aliyah de jóvenes (la inmigración de jóvenes). Los adultos debían esperar en Chipre. Nos llevaron a una pequeña ciudad llamada Atlit, al sur de Haifa.

Debido a que estábamos con el movimiento Betar, nos llevaron a Shuni, cerca de Biniamina. ... Permanecimos allí hasta la primavera de 1948...

Miriam se alistó en el servicio militar de Israel en septiembre de 1948.

Cuando fuimos a las misiones, enviaron a mi hermano a la unidad de Etzel para tomar la ciudad árabe de Ramla, a unos 15 kilómetros al este de Tel Aviv. ... Me alisté en el servicio militar en septiembre de 1948. Cuando uno se enlista en el ejército, le preguntan sobre la familia y a quién contactar si algo sucede. Era doloroso estar sola en el mundo y convertirse en soldado… Trabajé en varias clínicas militares junto a un médico, después de tomar varios cursos de capacitación especializados en enfermería, primeros auxilios y otros procedimientos de tratamientos médicos.

Cuando de los montes de Efraín regresé a Shuni a buscar a mi hermano y pregunté dónde estaba, me dijeron que lo habían enviado a una misión y que regresaría pronto. Esperé varios días. Iba a la calle todos los días para esperarlo.

Así supe que mi hermano menor había muerto.

Como dije antes, me alisté en septiembre de 1948. En 1951, los rabinos del ejército me dijeron que un aldeano árabe les había mostrado unas tumbas de un grupo de jóvenes cerca de Ramla. Me pidieron algunos detalles de mi hermano, para poder identificarlo. Les mencioné que tenía dos dientes prominentes y un cinturón con un emblema. En 1952, el grupo fue enterrado en una tumba colectiva en Givat Shaul, el principal cementerio militar del área de Tel Aviv (sollozos).

Ese año, en el Día de los Caídos, fueron reconocidos oficialmente como soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel. Yo realmente quería que las autoridades lo reconocieran como soldado. Un niño, que sobrevivió el infierno del Holocausto, que estuvo en Dachau, que sobrevivió la marcha de la muerte. Uno de mis primos trabajaba en la cocina de Dachau e identificó a mi hermano menor. Comenzó a robar comida para él y así lo salvó.

No me interesaba recibir ningún beneficio de pensión de él. Gracias a Dios, tenía suficiente para comer. No era mi deseo que mi hermano fuera reconocido como héroe, sino como un niño que dio la vida por su país después de sufrir y de sobrevivir el infierno. Cada año, participo en su tumba en la ceremonia del Día de los Caídos de las FDI. También hay una placa conmemorativa en mi sinagoga dedicada a él y a todos mis familiares, de los cuales ninguno, salvo mi hermano y yo, sobrevivió el Holocausto.

Miriam se casó en mayo de 1953.

Sin embargo, Dios no me olvidó, después de todo. Tuve suerte y en el ejército conocí a mi esposo… Él también provenía de una familia religiosa. Nos casamos en mayo de 1953 y con la gracia de Dios comenzamos juntos una nueva tribu, todos viviendo en Israel. Le rezo a Dios para que los mantenga a todos sanos y prósperos… Él nació en Berlín en 1929 y cuando tenía 4 años llegó con su familia a Palestina en 1933. Cuando su padre vio que maltrataban a los judíos en las calles de Berlín, regresó al hogar y le dijo a su esposa, Sara, que debían mudarse a Israel sin demoras. Ella accedió inmediatamente y la familia viajó a Cracovia, Polonia, donde el abuelo, un rabino conocido, vivía con toda la familia. La familia entera se quedó allí, pero los padres de mi esposo insistieron en continuar su viaje a Israel (Palestina, en aquellos días). Mi suegra me contó que cuando partían, su madre corrió tras el vehículo, llorando para que no se fueran. Se taparon los oídos, no quisieron mirar hacia atrás y llegaron a Eretz Israel. Gracias a esto, ellos sobrevivieron, mientras el resto de la familia fue aniquilada.

Aquí, juntos establecimos un hogar…

Miriam resume su historia.

Creo que lo que intenté contar está muy bien sintetizado en un poema (uno de muchos) que mi esposo me escribió para el quincuagésimo aniversario de nuestra boda. Es este, traducido libremente.

Ella concluye:

Esa es mi historia. Recuerdo la mayor parte bastante vívidamente. Recuerdo el hambre, el frío, el miedo, los golpes, la degradación interminable, la pérdida total de esperanzas y de humanidad. Mi familia entera terminó en Auschwitz. Algunas personas niegan el Holocausto y dicen que nunca sucedió. Pero sí sucedió. En Auschwitz se ven los crematorios. Todavía no volví a visitar Auschwitz. Mi esposo y yo todavía debatimos el tema. Por un lado, recordar es obligatorio, pero, ¿tenemos la fuerza para regresar a aquel infierno? … No quiero derrumbarme y avergonzar a mis hijos y nietos. Tengo que luchar conmigo misma para mantenerme fuerte. No es fácil, en absoluto.

A veces, por la noche siento terror. No sé de qué, pero siento el miedo. Ni siquiera lo comento. Intento calmarme y controlarme. Espero lograrlo. Tengo un propósito en mi vida: tengo una familia maravillosa por la que vivir.

Sin embargo, vivimos en tiempos de ansiedad continua. Cuando hay una explosión en Jerusalén, y como tenemos bisnietos allí, inmediatamente trato de llamarlos y si la conexión no es rápida, comienzo a temblar porque pueden haber estado allí, pueden haber estado en ese autobús o en ese mercado. ¿Adónde tenía que ir él, o su esposa o sus hijos? Los niños no viajan solos, viajan con la madre. Me preocupo todo el tiempo. Vivimos en una tensión constante y no vemos que acabe. Vivo aquí desde 1947, y ahora es el año 2003: son 56 años. No recuerdo que haya habido siquiera algunas semanas sin víctimas judías. Ahora tenemos un nieto que es oficial de las unidades acorazadas. Yo me pregunto: ¿cuánta fuerza moral tiene cada persona? Se debe ser un héroe para superar todo y después decir: “Seguiré adelante”. Pero, ¿de dónde se supone que viene la fuerza?...

Sí, yo vivo por ellos. Que Dios los proteja y que haya paz en Israel. No podría soportar más pérdidas. Ya tuve más que suficiente.

Los hijos tienen su propia vida. Son muy afectuosos y comprometidos. Son religiosos. No tienen dudas. Un padre o madre es una persona sagrada, honorable y, en un hogar religioso, el amor de un padre o una madre es primordial.

No existe otra forma.

Dónde nace tu fuerza

Jacob, el esposo de Miriam, le escribió muchos poemas. Este, en particular, escrito para el quincuagésimo aniversario de boda de Miriam y Jacob, venera la entereza de Miriam. En palabras de ella: "Creo que lo que intenté contar está muy bien sintetizado en un poema (uno de muchos) que mi esposo me escribió para el quincuagésimo aniversario de nuestra boda. Es este, traducido libremente."

Dónde nace tu fuerza Para surgir de las cenizas Y regresar a la vida

Dónde nace tu fuerza Para atravesar el infierno Y no apartarte de Dios

Dónde nace tu fuerza Para sobrevivir a todo, sola Y conservar tu alma, pura

Dónde nace tu fuerza Para nunca olvidar Y siempre recomenzar

De horizontes lejanos partiste Naciste en las olas del mar A nuestras tierras llegaste Tan íntegra, tan entera

Atrás dejaste madre, padre Hermanos, hermanas, familia Con una plegaria en los labios murieron Por mandato de Dios

Trajiste a tu pequeño hermano Hermoso, de exiguos años Solo tú y él sobrevivieron Mas aquí cayó entre los caídos

Miriam, la profecía se cumplió Siete veces caerá el justo, mas se levantará En la pérdida, en el duelo, en el cáliz de las lágrimas En ti, encontraste una fuerza inusual Para otra familia forjar

Mi eterna admiración naturalmente Pregunta y vuelve a preguntar

Dónde nace tu fuerza Para estos cincuenta años Para ser mi compañera, para estar

Dónde nace tu fuerza Para cuidarnos a todos A jóvenes y ancianos por igual

Dónde nace tu fuerza Sin descanso, sin pausas Para llenarnos de amor

Con sonido de trompetas Mi plegaria elevo hoy Para que tu fuerza, por siempre Preserve Dios

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Registro de sobrevivientes del Holocausto

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